El deporte, y específicamente la competencia, es sinónimo de pasión donde reinan las emociones a flor de piel. Tremenda alegría y profunda tristeza están solo a un gol de distancia o peor, provocados por la decisiones del árbitro. Todos conocemos momentos cuando la alegría o el descontento desbordó y terminan en borracheras o a los golpes. ¿Es entonces la competencia buena o mala para el ministerio de la iglesia?

Como Deporvida hemos podido hacer ya un buen recorrido en las competencias infantiles. Hemos organizado decenas de torneos menores y mayores dando la oportunidad a iglesias a competir con sus escuelas deportivas. Hemos visto rivales orando juntos antes del partido como también entrenadores discutiéndose delante de sus chicos. Vimos escuelas haciendo trampas con tal de ganar un trofeo como también a escuelas que hermosearon los campos de juego de las escuelas contra las que competían. Hemos presencia bendición y disputas y nos hemos hecho esa pregunta: ¿Es la competencia un aliado o una traba al querer alcanzar a los jóvenes deportistas con el evangelio?
La respuesta no es tan fácil de catalogar y finalmente depende mucho de los formadores. Aquí algunas conclusiones que hemos podido sacar en estos años:
La competencia es una traba para la labor de la iglesia si:
- Lo único importante que se aspira es salir campeón, no importando los medios.
- El formador ve en los resultados su fuente de autorrealización.
- La iglesia o el pastor no ven en su escuela deportiva un valor ni interés de acompañamiento.
Estos son algunos puntos que pueden menguar el impacto del evangelio dentro del ministerio deportivo, específicamente la escuela deportiva. Va fuertemente relacionado con el liderazgo, tanto del formador como del pastor.
La competencia es un aliado para la labor de la iglesia si:
- Hay un interés de parte de la iglesia de acompañar y conectar con los padres y la comunidad que acompaña los juegos.
- La iglesia lo engancha con otros trabajos que viene haciendo como estudios bíblicos, reuniones de jóvenes, etc.
- El formador ve la competencia como una herramienta para formar al niño para la vida más allá de los resultados en el campo de juego.
La competencia convoca como pocos eventos y actividades lo pueden hacer. Por mucho tiempo la iglesia ha visto a los torneos del barrio un rival para sus actividades en el templo. Pero la competencia, con las personas y el enfoque correcto, puede ser una herramienta poderosa para alcanzar con el amor de Dios a la comunidad