Son muchas las influencias que presionan para definir la identidad de un deportista. Inicia en la escuela deportiva, donde el jugador busca comportarse de una manera que encaje con sus compañeros y rendir de tal forma para encajar en el grupo y agradar a sus padres y al entrenador. A medida que el jugador avanza en su carrera, el tema se va poniendo más complejo: la hinchada, los dirigentes, la prensa y las redes sociales ejercen más presión sobre el jugador. Muy rápido el deportista se puede ver persiguiendo la aprobación de todos los frentes y dejando que esos factores externos definan su identidad.

Básicamente son dos los componentes fuertes que quieren definir la identidad del deportista: el rendimiento y los resultados. Pero, ¿cuáles son los peligros al definir la identidad en estos dos? Ninguno de los dos dan seguridad a largo plazo; ambos son volátiles e inconstantes. El rendimiento puede ser influenciado por la edad, la confianza del entrenador de turno, una lesión o alguna situación que sucede fuera de la cancha . Por otro lado, el resultado no siempre refleja la realidad. Se puede rendir muy bien, pero terminar perdiendo. De esa forma, unos malos resultados pueden hacerle creer que uno es lo peor o un éxito en lo deportivo opacar lo corrompida que puede estar la vida del deportista. Ni lo uno ni lo otro son buenas bases para edificar la identidad en ellos.
¿Qué pasaría si se pudiera edificar la identidad sobre algo seguro e inconmovible? Algo que no dependa del rendimiento ni del resultado del fin de semana. Además algo que no deteriore con el paso del tiempo como la carrera. Hay un persona que reúne esas condiciones: La Biblia nos dice que “Toda buena dádiva y toda perfecta bendición descienden de lo alto, donde está el Padre que creó las lumbreras celestes, y quien no cambia ni se mueve como las sombras (Santiago 1:17 – NVI). Dios no cambia como la sombra o como el ánimo de los seguidores. Además sostiene que “Jesucristo es el mismo ayer, hoy y por siempre« (Hebreos 13:8 – NVI). Esa naturaleza invariable de Jesús puede dar al deportista esa tierra firme para edificar su vida en un mundo deportivo cada vez más cambiante y demandante.
Más allá de los resultados, más allá del rendimiento, es Jesús quien ya entregó todo de sí y cumplió lo que Dios exigía para que nosotros podamos hallar el perdón de nuestros pecados. Ningún error o bajo rendimiento podrá incidir en eso. ¿No te parece que es esa la mejor base sobre la cuál construir tu identidad?
Te invitamos a hacer de Jesús el fundamento de tu identidad.